Gobierno débil y larga inestabilidad

La tarea de hacer conjeturas generales sobre el futuro económico y político del país para el presente año es desafiante, tanto para los analistas políticos como para los económicos y financieros. Sin embargo, al analizar la coyuntura actual en el Perú, nos vemos obligados a considerar una serie de elementos adicionales para especular mejor sobre el papel de los distintos actores individuales y colectivos en el escenario. Eso, si de verdad queremos comprender mejor la situación en este año tan particular en el que conmemoramos el bicentenario de la consolidación de nuestra independencia americana, conseguida peleando en las pampas de Junín y Ayacucho.

Existen indicadores preocupantes en el país en términos de estabilidad, paz social y la redistribución de la riqueza producida en los últimos años. Hay constantes que resultan espeluznantes, para quien busque tales indicadores y aquellos otros relativos a la confianza para la inversión. Éstos también reflejan la mala calidad de los servicios sociales como en los desayunos escolares para millones de niños o en los servicios públicos de salud, que son de difícil acceso para millones de afiliados. Nuestros hábitos de consumo diario, más allá de la pertenencia a una clase social u otra, reflejan en suma una realidad donde la mayoría experimenta una disminución en su nivel de vida.

Parece que estamos atravesando un período en el que la vida cotidiana de los peruanos se ve dominada por una rutina de inseguridad generalizada, mientras que los eventos políticos parecen sacados de malos guiones de comedia y de las peores telenovelas. El país real acelera su ruta hacia lo desconocido, cada vez menos estable y con menor institucionalidad, cuando se rompe a diario la Constitución y no se aplican las leyes, o se dan para favorecer a las mafias y la corrupción. Llegamos al extremo de considerar el regreso de Fujimori al poder o la presidencia de Antauro Humala como el castigo electoral que el pueblo peruano daría a sus actuales gobernantes. También aparece el aumento de las remuneraciones de los congresistas, otorgado por el mismo Parlamento que le exige al Ejecutivo austeridad ante la crisis económica y la recesión actual.

Es difícil discernir entre los momentos de inacción y aquellos en los que los acontecimientos se desarrollan caóticamente, creando una sensación de confusión y desorden. Parece dar la impresión de que solamente tenemos ante nosotros un enredo descomunal que nos proyecta al vacío. Ni lo uno ni lo otro ocurren en puridad. Por ahora, parece que estamos dispuestos a aceptar el mal gobierno como un padecimiento de temporada, como la inevitable llegada del frío que trae todo invierno, a la espera más adelante de mejores tiempos y condiciones, sin que nadie sepa cómo llegar a ese punto de retorno y evitar caer en algo más grave de lo que ya tenemos: un régimen político que combina elementos democráticos con otros tipos de poder autoritario y corrupto donde las instituciones políticas democráticas son formales, pero no pueden ocultar una realidad de dominación autoritaria.

Las luchas por el poder, la aplicación efectiva de la ley y la justicia, y la erradicación de la corrupción siguen siendo aspiraciones que se enfrentan a promesas políticas vacías y populistas. La pita nunca se ha roto para los poderosos, interesados siempre en sacar adelante sus propios negocios, y muy poco sensibles para atender las urgentes necesidades del Perú como un conjunto de ciudadanos cada día más pobres. Los enfrentamientos entre los poderes del Estado que evidencian un gobierno débil y la corrupción que lo acompaña, siguen siendo obstáculos serios para el progreso, mientras que los esfuerzos desplegados por cambiar agobian a quienes genuinamente buscan contribuir a un proyecto nacional (por ahora inexistente).

Debemos reaccionar ante esta situación nacional e impedir convertirnos en seres aislados, incapaces de actuar en conjunto como parte de una sociedad cohesionada con objetivos compartidos y no solo atenta a demandas del momento. Es decir, como una agrupación mayor de seres humanos cercanos no solo por la geografía, sino también por compartir fuertes lazos culturales, históricos y económicos. La creciente anonimización de nuestras ciudades, la individualización extrema de nuestros comportamientos y la desconfianza hacia los demás son síntomas de la necesidad de un cambio que debemos abordar como ciudadanos responsables.

Es primordial comprender nuestra realidad en este momento de nuestra historia común y asumir una responsabilidad política colectiva frente a los desafíos que enfrentamos de inestabilidad política y debilidad de gobierno. La pobreza y el sufrimiento humano no pueden ser simplemente cifras en informes estadísticos, sino que deben ser considerados como problemas que requieren nuestra atención y acción. Esto es, entender para la vida práctica lo que se nos ha impuesto ya como una colectividad impersonal y cruel en la que predomina el anonimato de las ciudades, la individualización extrema de los comportamientos y el repliegue personal de la mayoría, alimentado por una creciente desconfianza respecto del otro que nos impiden salir adelante democráticamente.

desco Opina / 3 de mayo de 2024