Nueva normalidad: más grande de lo imaginado

Las encuestas empiezan a mostrar que aún si el novel político Forsyth, alcalde del distrito limeño de la Victoria, se mantiene como el político más popular en el año de la pandemia, nada está asegurado. Y es que recién empieza a calentar motores la mayoría de las organizaciones políticas y grupos a los que eufemísticamente llamamos partidos políticos, pero que no resisten el más mínimo contraste con lo que los teóricos de las ciencias sociales denominaron partidos durante todo el siglo pasado. Las alianzas y candidaturas están en plena germinación y los corredores definitivos que cierren el bicentenario de representación y liderazgo empezado en tiempos de Unanue y Luna Pizarro, no han terminado de perfilarse.

Las elecciones congresales del año pasado mostraron que la ciudadanía va a seguir buscando novedades no-ideológicas y que los punteros de la hora presente no constituyen la única opción atractiva. La pandemia y sus consecuencias, no solo económicas, también de organización, participación activa y movilización de los distintos grupos del país, todavía no han asomado la cabeza. Nadie ha descubierto ni posee la llave maestra de una nueva estrategia para acceder al poder, aunque es cierto que los vínculos virtuales en estos mismos momentos tejen una compleja y múltiple red de contactos y relaciones a lo largo del país como nunca antes ocurrió. Plataformas como Zoom, Meet, Whatsapp y otras están muy activas sirviendo al desarrollo de nuevos lazos en los que el trabajo político, la construcción de agendas sectoriales, locales, gremiales y otras, se reúnen con una intensidad y frecuencia tan importante o mayor a la de los grupos acostumbrados a participar en seminarios y conferencias académicas y profesionales. El salto tecnológico producido en las comunicaciones nacionales, con sus exclusiones, también mostrará su significado en las ánforas en abril del 2021.

Como ha sido dicho ya reiteradamente, una novedad de este proceso electoral es la aparición franca y al parecer decidida de los candidatos de la derecha peruana entre los que se cuentan a Hernando de Soto, Fernando Cillóniz, Keiko Fujimori, Pedro Cateriano o inciertamente, Roque Benavides. A esas candidaturas conservadoras debemos sumar otras como la autoritaria populista de Daniel Urresti o la fascistizante de Antauro Humala si le permiten candidatear, tan encubiertas a su manera como la de los aparentemente centristas Julio Guzmán y George Forsyth, a diferencia de la desfachatada y ultraconservadora de Rafael López Aliaga. Esa pluralidad derechista en competencia seguramente terminará pulverizando a la mayoría de sus candidatos, abriendo oportunidades a otras opciones verdaderamente de centro o de izquierda para avanzar en sus pretensiones por alcanzar el poder dentro de menos de un semestre.

Como sabemos, la agenda política y electoral está en construcción. Desde la derecha se trata de que la gente vote sólo sobre unos pocos puntos como la recuperación económica y la reactivación empresarial de todo tipo, para que así no vote sobre salud, seguridad social, salarios, derechos laborales, democracia, política económica del Estado, derechos humanos, reivindicaciones de género, o étnicas, precios y otros más. En todos estos temas, la derrota de la derecha sería segura.

Adviértase que los temas que se instalen en la agenda llevarán al electorado muy golpeado de diversas y múltiples maneras por la Covid-19, a avalar o no el statu quo actual y a reclamar un cambio de rumbo nacional propio del inicio verdadero de un tercer centenario republicano. En consecuencia, un No electoral a la derecha tendría que significar un voto general en contra de la destrucción de derechos fundamentales de los trabajadores y trabajadoras, de la ausencia empresarial del Estado en la economía y la desnacionalización en la que el Perú está hundido en un mundo cuya globalización adquiriere cada día otro rostro bastante diferente al conocido. Para decirlo en palabras caras a nuestro principal historiador, en contra de la penuria nacional.

La construcción de una “nueva normalidad” para desarrollar el país, especialmente el interior nacional dejando de lado progresivamente el agobiante centralismo limeño mediante una redistribución de nuestra ocupación territorial, requiere que nuestra estructura productiva cambie. Que se oriente hacia sectores realmente modernos, rentables y estables abriendo una cuota significativa de participación a las pequeñas y medianas empresas, así como a las comunidades rurales fortalecidas por una relectura nacional ya en marcha, en medio de un proceso de inimaginadas migraciones de retorno.

Finalmente, aparecen algunas voces que desde el posextractivismo plantean que no tiene sentido seguir manteniendo el sistema de enclaves neoliberales en control de la minería, energía, banca y agroexportación, fortalecido los últimos treinta años, particularmente a partir del fujimorismo. Al parecer, están dadas las condiciones para que con madurez se hagan los esfuerzos por construir una nueva alianza, en la que un capital nacional digno de tal nombre, plantee para sí una mayor participación en el proceso al lado de organizaciones políticas de izquierda dispuestas a dar ese paso. Todo esto, junto con las demandas y reivindicaciones de las organizaciones populares y de trabajadores del campo y las ciudades que aparecerán en las agendas políticas de la próxima, aunque corta campaña electoral. La esperanza, como la mejor vacuna, de la llegada de un nuevo orden que pueda significar una nueva normalidad que traiga sosiego y esperanza a las mayorías de mujeres y hombres del país, es un factor a considerar en el curso hacia las –sin duda– históricas elecciones nacionales de abril del 2021.

desco Opina / 9 de octubre de 2020